22/10/12
Por regla general, los patios de butacas de nuestros teatros en el primer cuarto del siglo XX eran auténticas ollas en las que se cocía un puchero compuesto en su mayoría por pequeños burgueses, rentistas y propietarios que malvivían en la estrechez, pero que guardaban con sumo rigor las apariencias de un pasar desahogado. La alta burguesía solía ir al teatro cuando presumía que iba a asistir la aristocracia. Si se decidía asistir una noche cualquiera a un género tan popular como la Zarzuela, ocupaba palcos y no renunciaba a lucir sus mejores galas y rutilantes joyas. Era creencia generalizada que más se ocupaban en mirar a la sala, con o sin prismáticos, que al escenario; que aplaudían con los guantes puestos y que las damas o damiselas se comunicaban con los/as ocupantes de los palcos de enfrente mediante un lenguaje en clave basado en la utilización del abanico. El anfiteatro era localidad casi exclusiva para artesanos, modestos funcionarios y dependientes de comercio. Y la cazuela, paraíso o gallinero, feudo de una amalgama diversa de bohemios, artistas, jornaleros y de humildes oficios manuales.
Presentación del libro ‘Aquellos Viejos Teatros Sevillanos’ del periodista Julio Martínez Velasco
Hoy jueves, 25 de octubre, a las 20.00 horas, en el Centro de Documentación de las Artes Escénicas de Andalucía, perteneciente a la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales (C/ Santa Lucía, 10), tendrá lugar la presentación del libro “Aquellos Viejos Teatros Sevillanos”, del periodista y crítico teatral, Julio Martínez Velasco. La obra es una coedición de la Asociación de la Prensa de Sevilla y la Junta de Andalucía.
El que fuera Comisario de los Actos del Centenario de la Asociación de la Prensa de Sevilla, estará acompañado por el presidente de la entidad, Rafael Rodríguez, y la Directora del Centro de Documentación de las Artes Escénicas de Andalucía, Lola Vargas-Zúñiga.
La entrada es libre hasta completar aforo.
Sobre la obra
Por los primeros años del siglo XX, y sin otros novedosos entretenimientos, sin televisión y sin radio, no había otra expansión ociosa que el teatro.
Ir al teatro llegó a constituir todo un obligado y formal acto social.
Por regla general, los patios de butacas de nuestros teatros en el primer cuarto del siglo XX eran auténticas ollas en las que se cocía un puchero compuesto en su mayoría por pequeños burgueses, rentistas y propietarios que malvivían en la estrechez, pero que guardaban con sumo rigor las apariencias de un pasar desahogado. La alta burguesía solía ir al teatro cuando presumía que iba a asistir la aristocracia. Si se decidía asistir una noche cualquiera a un género tan popular como la Zarzuela, ocupaba palcos y no renunciaba a lucir sus mejores galas y rutilantes joyas. Era creencia generalizada que más se ocupaban en mirar a la sala, con o sin prismáticos, que al escenario; que aplaudían con los guantes puestos y que las damas o damiselas se comunicaban con los/as ocupantes de los palcos de enfrente mediante un lenguaje en clave basado en la utilización del abanico. El anfiteatro era localidad casi exclusiva para artesanos, modestos funcionarios y dependientes de comercio. Y la cazuela, paraíso o gallinero, feudo de una amalgama diversa de bohemios, artistas, jornaleros y de humildes oficios manuales.Ese era el teatro que disfrutaban nuestros abuelos, y de eso se alimentaban aquellos viejos teatros sevillanos.
Sobre el autor
Julio Martínez Velasco, escritor y periodista, ha cultivado todos los géneros literarios, habiendo publicado más de cuarenta libros, por los que ha obtenido treinta premios. Destaca su especialización en las artes escénicas, tanto como analista, historiador, ensayista y dramaturgo. Ha sido crítico de Teatro de ABC desde 1968 y en esa misma fecha comenzó a publicar, en dicho periódico, Los Marginales, un referente para los lectores sevillanos durante muchos años.